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Desmentimos mitos sobre las causas de los incendios forestales
Cada verano se produce algún incendio forestal que despierta el interés mediático y social y ocupa todos los titulares, bien porque tristemente afecta a un espacio protegido, amenaza a núcleos de población o termina con víctimas mortales o porque quema una gran superficie de monte. Sin embargo, la comunicación que se hace en estas crisis no siempre ayuda a trasladar a la sociedad información veraz y rigurosa sobre qué hay detrás de los incendios y por qué son cada vez más peligrosos: los llamados incendios de sexta generación.
Aún perviven falsas creencias, muy arraigadas en la opinión pública, que se repiten año a año a modo de leyendas urbanas, que desvían la atención de las verdaderas causas y dificultan la búsqueda de soluciones efectivas.
Los responsables políticos y los medios de comunicación juegan un papel clave para acabar con estos mitos como el terrorismo incendiario, las mafias madereras o los fines de especulación urbanística. A continuación, te explicamos cuáles son los principales mitos alrededor de los incendios forestales y por qué no son ciertos.
Los informes de la Fiscalía, tanto en 2006 como 2017, concluyen que no existen evidencias de tramas criminales complejas ni organizaciones que actúen de manera coordinada y planificada. Por el contrario, advierten de una elevada intencionalidad, muchos descuidos y muchos problemas vinculados al medio rural que acaban en incendio. En el noroeste hay multitud de personas con voluntad de quemar y que aprovechan los momentos en los que los incendios van a alcanzar mayores dimensiones, pero tanto Policía, Guardia Civil, Fiscalía y agentes especializados en delitos de terrorismo siempre descartan la existencia de mafias organizadas.
Atribuir estos episodios a una trama incendiaria organizada contra la que nada puede hacerse es simplificar un problema mucho más complejo para calmar conciencias y eludir responsabilidades para abordar los problemas reales que tiene el territorio. Los responsables políticos deberían ser muy cautos a la hora de hacer este tipo de declaraciones que confunden a la opinión pública y no se ajustan a la realidad. Por el contrario, deberían hablar del arraigado uso del fuego en el noroeste, el abandono rural, la ausencia de gestión forestal, la nula planificación territorial, que ha cercado los núcleos de población con altísimas cantidades de biomasa forestal, o la escasísima inversión en prevención real.
Tampoco es preciso el endurecimiento de las penas, como se apunta desde algunos sectores cada vez que ocurren episodios de estas características. La legislación establece penas de hasta 20 años para los autores de incendios. El gran reto al que nos encontramos es judicial, porque hay que incrementar el porcentaje de identificados y condenados por prender fuego. En la actualidad apenas se identifica al 9% de los causantes de incendios y un muy pequeño porcentaje cumple condena. Pero también hay un importante reto social para resolver el actual comportamiento incendiario.
de Doñana en junio de 2017 alcanzó su máximo exponente.
Es cierto, la reforma de la Ley de Montes, aprobada por el PP en 2015, incluye una excepcionalidad a la prohibición de recalificar la superficie quemada durante 30 años, siempre que existan “razones prevalentes de interés público de primer orden”. Esto significa que el proyecto en cuestión debe ser declarado de utilidad pública, en terrenos que ya
estuvieran previstos recalificar antes del incendio y, además, tiene que contar con el visto bueno de las comunidades autónomas.
Desde que se aprobó la Ley en 2015 ni se ha realizado ninguna obra pública ni se han demostrado intereses especulativos en una zona quemada. Es más, según la investigación “España en llamas” de la Fundación Civio, solo el 0,15% de los incendios ocurridos entre 2001 y 2013 se provocó para obtener una modificación en el uso del suelo.
WWF se opuso desde el principio a esta reforma de la Ley de Montes por considerarla innecesaria, pero hay que dejar bien claro que ni en el noroeste ibérico, ni en España, ni en Portugal, los incendios forestales están vinculados con la especulación urbanística ni con la recalificación de terrenos.
muchos factores. A modo de ejemplo, Ourense, provincia que lidera la clasificación en número de incendios todos los años, apenas tiene eucalipto. En Galicia y Portugal arden más las zonas de matorral y pastizal que las masas de eucaliptar y pinar.
El extenso monocultivo de eucalipto que recorre la cornisa cantábrica (norte de Lugo y A Coruña, rasas litorales de Asturias y Cantabria y valles occidentales de Bizkaia), rara vez arde. Sin embargo, los eucaliptales en Portugal, Pontevedra, Huelva o Sevilla se queman de forma recurrente en incendios muy peligrosos.
Las condiciones meteorológicas tienen mucho que ver pero, sobre todo, forman parte de un modelo territorial donde no hay gestión ni planificación alguna, facilitando la acumulación de altas cargas de combustible dispuestas a arder en cualquier momento. La inflamabilidad de una masa forestal no depende de la especie, sino principalmente de
su estructura, esto es, de la cantidad y la forma en que se organiza la biomasa disponible. Y ello es consecuencia directa de la gestión que se haga en esas masas forestales. Así, no es igual de inflamable una plantación de eucaliptos en producción que la misma plantación abandonada.
En definitiva, no se puede culpabilizar ni al eucalipto ni al pino de lo que está sucediendo, pero sí podemos acusar al modelo territorial y a la ausencia de políticas que aborden una planificación coherente del paisaje. Repoblaciones de eucalipto o pino, abandono y clima son una combinación fatídica.
El debate no puede seguir siendo únicamente si eucaliptos sí o no. El debate debe centrarse en dónde vamos a permitir que haya eucaliptos desde el punto de vista social y biológico y cómo deben estar gestionados para que no pongan en peligro ni ecosistemas ni poblaciones.
Es un despropósito económico y ambiental que existan plantaciones de eucaliptos abandonadas en parcelas en las que los propietarios no saben ni que son suyas. El eucalipto puede tener un sentido en aquellos casos en los que exista un aprovechamiento económico bien gestionado, ordenado. Hoy el abandono de las plantaciones de eucalipto en Galicia
ronda el 40%. Las administraciones gallegas y portuguesas deben detectar con urgencia las parcelas abandonadas, intervenir y asignar usos para diversificar el paisaje.
Aunque ocurren en una proporción muy baja, el riesgo de que los incendios evolucionen a este nivel existe, y cada vez es más común que los dispositivos de extinción observen cómo fuegos muy pequeños liberan energías descomunales, capaces de convertirse en incendios extremos, imposibles de apagar.
Ahora que ya sabes cuáles no son las razones de que los incendios forestales azoten la península ibérica año tras año, te contamos las que sí lo son.
Las verdades causas de los incendios forestales en España:
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A pesar de la reducción, los casi 11 700 siniestros que se producen de media al año continúan siendo una cifra desorbitada. El extendido uso del fuego como herramienta de gestión en el medio rural es en gran parte responsable de la alta siniestralidad. Teniendo en cuenta que el 95% de los incendios responden a causas humanas, los gobiernos deben aspirar a una reducción más contundente a través de la puesta en marcha de programas de intervención social que persigan la búsqueda de alternativas al uso del fuego en el medio rural. Las administraciones deben además atender las necesidades de gestión, entre otros, mediante quemas controladas, allá donde sea apropiado y no comprometa la conservación de la biodiversidad.
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La altísima tasa de intencionalidad es especialmente preocupante: el 53% de los siniestros son intencionados, lo que da idea de la existencia de graves conflictos sociales y económicos que continúan sin ser resueltos desde hace décadas. Conflictos de todo tipo que se resuelven prendiendo fuego.
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El fuerte despoblamiento y envejecimiento rural, el cese de actividades agrarias tradicionales, la ausencia de aprovechamientos forestales y de políticas serias que gestionen el territorio han transformado drásticamente el territorio: han contribuido al aumento de la superficie forestal y a la pérdida del paisaje en mosaico. Este aumento de la superficie forestal no se traduce en el aumento de bosques sanos, estables y diversos. Las zonas cultivadas y pastoreadas en el pasado están hoy cubiertas por matorrales, bosques jóvenes pioneros o rodales monoespecíficos que, sin una adecuada gestión, están condenados a quemarse tarde o temprano. Y cuánto más tarden en arder, con más intensidad lo harán y más difíciles serán de apagar.
El POLVORÍN DEL NOROESTE: En nuestro informe sobre incendios forestales de 2018, titulado: "El polvorín del noroeste", analizamos más en profundidad estas problemáticas, que se dan mucho en Galicia, Asturias y Cantabria y en la vecina Portugal. Muchas de las causas expuestas se dan en el noroeste ibérico: un paisaje continuo, plantaciones forestales abandonadas, una ganadería extensiva prácticamente en extinción, la desaparición de pequeños cultivos y huertas, una nula ordenación territorial, núcleos de población sin medidas de protección adecuadas y un gran número de personas dispuestas a quemar por distintos motivos. Todo ello, unido a una vegetación muy seca debido a sequías acumuladas y condiciones meteorológicas favorables para la propagación del fuego han llevado a que casi el 65% de los incendios forestales se produzcan en el noroeste peninsular. Galicia concentra el 50% del total nacional de incendios.
A estas causas, hay que añadir dos realidades más:
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El caótico modelo de urbanismo de las últimas décadas que ha llenado el monte de casas. Hoy las llamas amenazan seriamente a la población y urge adoptar todas las medidas de protección necesarias para evitar que los incendios se transformen en emergencias civiles. Los habitantes en estas zonas deben ser conscientes del riesgo de sus comportamientos y de que su seguridad, en gran medida, depende de ellos. Sin embargo, a día de hoy, el 90% de las urbanizaciones no disponen de plan de prevención o autoprotección, a pesar de que la normativa lo exige. La aplicación de planes de autoprotección puede transformar una zona de alto riesgo en una clara oportunidad para parar un incendio.
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El cambio climático está debilitando y estresando a los bosques, aumentando la cantidad y continuidad de vegetación seca y, por ende, su inflamabilidad y combustibilidad. Los superincendios de Australia son un ejemplo de lo que podría suceder aquí. El cambio climático desempeñó un papel clave en la propagación de los fuegos y el área mediterránea es, según los expertos del Panel Intergubernamental de Cambio Climático de la ONU, una de las zonas más vulnerables a nivel global.
Los incendios forestales ya no son un fenómeno del verano, ni un problema de los países mediterráneos. Se han convertido en una amenaza global que se extiende a los 365 días del año. Es una tragedia ambiental y social que arrasa cada año millones de hectáreas, acabando con la vida de millones de animales y de cientos de seres humanos.
Estos gravísimos incendios en España nos recuerdan también a los sucedidos en Australia, California, Chile o incluso Portugal, en los que en 2017 se cobraron más de 100 víctimas mortales. Los incendios forestales recorren el planeta y han llegado a paisajes hasta ahora ajenos a este problema, como Canadá o el Círculo Polar Ártico, que se calienta dos veces más rápido de lo normal.
¿Qué puedes hacer tú para combatir los incendios forestales?
Firma para pedirle a la Ministra para la Transición Ecológica y el Reto Demográfico que apruebe una Estrategia Estatal de Gestión Integral de Incendios que ponga la prevención en primer plano y que la dote de los recursos necesarios para su aplicación.